diciembre 28, 2010

Vestimenta y verbo

Había una vez un gordito, Gibrán, reprimido toda su infancia y adolescencia por el bulling social. Él moría por Laura Clara, la niña más bonita de todas. No había desplante que ella no le hiciera, ni que él no soportara. Era tan bonita que valía la pena su atención pese a cualquier penosa circunstancia.
El tiempo pasó, como siempre, y cuando Gibrán cumplió los 20 años ya había perdido peso, se había ejercitado. Ahora era un muchacho atractivo, con los mismos sentimientos inocentes y tímidos que aquel gordito de antaño. Conoció a una señorita, atractiva también, llamada Eugenia. Ellos se enamoraron, se gustaron de inmediato. Eugenia era una mujer buena que había sufrido durante la infancia por situaciones semejantes y tenía también sentimientos muy transparentes. Lo amaba, lo adoraba. Y él a ella. Pareciera como si siempre hubieran estado destinados a ser. Hablaron de su amor, fueron a parques, a ferias, al cine, hablaron de boda, de hijos. Construyeron su vida en fantasías en poco tiempo.
Llevaban ya un año cuando todo se desplomó.
Laura Clara, que volvía a la ciudad después de haber cursado los primeros años de la Universidad en Francia, apareció de nuevo en la vida de Gibrán. Gibrán había olvidado lo bonita que era; ¡no había en el mundo mujer más linda! Laura Clara, olvidando lo cruel y hostil que había sido con el antes gordito, gustó de él al momento en que lo vio. Aún sabiendo de la existencia de Eugenia, usó todo tipo de artimaña, vestimenta y verbo para conquistarlo.
El ahora atractivo Gibrán no pudo evitar remover aquellos sentimientos que siempre había tenido por Laura Clara. Olvidó los desplantes, el bulling, las burlas y humillaciones que siempre lo habían hecho inseguro. Esto a Laura Clara no le importaba, ella sólo pensaba en lo bien que ambos combinarían físicamente.
Eugenia empezaba a sospechar. Gibrán le había hablado de Laura Clara durante sus primeros meses, habiéndole dicho que aunque ella volviera, nunca la dejaría. Él ya había decidido con quién quería pasar el resto de sus días.
Qué poca memoria, Gibrán.
Era 26 de febrero cuando sentados en una banca del parque México en la colonia Condesa, Gibrán le dijo a Eugenia que no podía seguir con ella. Laura Clara siempre había tenido ese no se qué que le volvía loco. Eugenia soltó a llorar. Siempre lo vio venir, pero tenía esperanza en que el amor habría bastado para dejar el pasado atrás. "Veámoslo así: todo fue verdadero mientras duró", él le consoló.
Laura Clara acechaba desde atrás de un árbol, sonreía de oreja a oreja. Observó cómo a lo lejos Gibrán se levantó, rozó con sus labios la mejilla de Eugenia y lentamente se alejó.
Habiendo pasado unos segundos, Laura Clara corrió, gritó su nombre, él volteó y ella se le echó encima. Él la cargó. Ella lo besó. Lo besó con todas sus ganas. Eugenia vio todo.
Gibrán, apenado, le devolvió una mirada, murmurando "lo siento" a labio mudo. La nueva pareja siguió su rumbo tomada de las manos. Laura Clara volteó de reojo hacia Eugenia, ahora sentada en solitario en la banca, y le lanzó una sonrisa pícara.
"Adiós mi gordito, que seas muy feliz".



Fotografía: Teclear "banca en el parque" en Google.

Tu ombligo

Me haces vibrar, estremecer; siento escalofríos, electricidad, como si el viento me abordara por los oídos recorriendo cada parte, encendiendo cada rincón, para después abandonarme por el ombligo, tu ombligo, el que he decidido entregarte, que sea tuyo, como mi pelo, como mis ganas, como la carne de mis muslos y los ángulos de mis ojos. Siendo uno, amor; dos, pero en uno, amor. Siempre.


Foto: teclear "ombligo" en Google.