febrero 02, 2010

Montes al mar

Sucesos así hacen que el sentido de vivir se multiplique desenfrenadamente.
Qué sabio es vivir de manera responsable. ¿Qué importa lo que dice el de a lado? ¡¿Qué importa?! Timing. Causa y efecto.
Tan delgada es la línea entre lo bueno y lo malo; qué triste es perderla de vista. Lo cierto es que no hay que perderla de vista. Si no, ocurren derrumbes: un instante feliz puede volverse triste en menos tiempo de lo que un aire frío cala un hueso. 
Ahora, aún con huesos calados de tristeza y miedo, tengo fe. Todo va a estar bien.
Después me reiré del pasado (de este presente que hoy tanto detesto) y declararé que entonces nadie ni nada me puede vencer. Porque para entonces habré tirado montes al mar.
Porque voy a estar bien, para siempre.










Extraños

Rociar tu fragancia sobre mi almohada se ha convertido en costumbre. En vicio. Y es que al apagar la luz y abrazarla fuerte, reminiscencias alborotadas inundan mi mente. Para entonces, conciliar el sueño me es fácil. Inhalarte, exhalarte. Cierro los ojos y te abrazo a ti. No sé cuándo habrán de matarme los recuerdos; o al menos, no sé cuando los recuerdos habrán de morir. ¿Están para quedarse? ¿En verdad estamos pausados? Perdí el hilo de la pausa y llegué al fin a velocidad luz. Apenas si recuerdo lo que era reírnos de cualquier cosa, de hacer gestos graciosos y de arreglarnos juntos frente al espejo.
El tiempo simula años sin verte. A veces parece que habernos conocido tan sólo nos ha convertido en extraños. Lo he comprendido a la fuerza... cuando la luz entra por detrás de la ventana y te arranca de mi, despertándome y recordándome que por las mañanas, mi almohada yace en el piso.