noviembre 22, 2016

Demasiada adultez

Adultez. De pronto y de golpe, fue demasiada adultez. Desde el inicio de mis 26, posterior a cumplir los 25, llegaron grandes pérdidas inevitables, enormes, con lo que llegó crecimiento secundario, inevitable también. Mi primera pérdida fue darme cuenta que los doctores se habían comido mi pastel de cumpleaños sin ni siquiera haberme cantado las mañanitas. Meramente superfluo.

Continuó la partida de mi mejor amiga a San Diego posterior a su boda, en mayo, de pronto la vi bailar de blanco, no entendí el momento en que de pronto teníamos edad de casarnos, ya no era salir los viernes a emborracharnos y derrochar los días de pubertad como cómplices desde siempre, de pronto fue despedirse de su casa, de su mamá, y de mí, pestañear e intentar tallarme los ojos pues creí que estar viendo un mundo tan adulto podría ser algún error de refracción o algo. No lo era. Ella fue mi primer ser humano favorito que se fue físicamente lejos.


Tras varios intentos de comunicarme con una querida amiga, me di cuenta que había decidido bajarse del tren, desconocí la estación en que lo hizo, y así sin más desaparecieron 19 años de historia, se comprometió, cumplió años y en su vida pasé a participar únicamente a través de redes sociales. Malditas redes sociales, me parecen espacios sumamente contaminados de superficialidad y prejuicios; las cosas más lindas se destruyen cuando pierden la magia de la intimidad. ¿De dónde surge esa necesidad de obtener la aprobación de tantos extraños, tantas personas ajenas al alma propia? Disfruto no compartir los mejores momentos de mi vida en ellas. Al final comprendí que nuestro tiempo juntas sobre esta tierra había terminado cuando encontraba espacio para mí hasta dentro de cinco semanas, literalmente. Lo más frustrante fue entender que en el mundo adulto uno puede irse así nomás, sin la respectiva cartita de córtalas que ocupábamos cuando éramos niñas, y tras la cual existía la oportunidad de enmendar las cosas. Es demasiado adulto que alguien se vaya sin ni siquiera despedirse y agradecer el tiempo compartido.


Decidí no hacer especialidad y por primera vez en mi vida renunciar a un sueño por otro. Los dos sueños no pueden suceder, al menos ahora, al mismo tiempo.

Dejé mi casa, mi lugar seguro, me despedí de mi mamá en junio al decidir iniciar una vida junto a mi novio. Estuve muy feliz, pero también me dolió mucho darme cuenta en mi departamento desamueblado que realmente me había ido.

En julio, mi hermanita menor vivió un terrible accidente, pude ver cómo mi alma iba perdiendo pedazos cuando me sentaba a su lado y la veía inconsciente, inmóvil, sedada, en coma. Entré en una fuerte depresión imaginando que podría perderla, y pese a la ciencia y los pronósticos elegí entregarme a la fe, porque el resultado de que lograría salir adelante resultó mucho más reconfortante que entregarme al pronóstico malo para la función, malo para la vida. Fueron tres meses vacíos, inadjetivables, cargados de profunda tristeza e impotencia, aprendiendo a soltar a fuerza, leyendo para curarme el alma, cumpliendo con las obligaciones del mundo que no se detiene y al mismo tiempo quieta, junto a una cama de hospital. Parecía que el carrito de la feria había pasado de estar en la cima hacia la caída libre. Eso fue: el año en que el carrito iba en picada. Sin frenos. Vacío. Oscuro. Sólo conmigo como pasajera, porque estar en ese carrito no podía ser comprendido ni por mí.


Pelée con mi padre, nos dejamos de hablar, de pronto los temas de dinero empezaron a ser importantes. Quisiera que mi planeta fuera inmune al tiempo, volver al momento en que nuestro mayor disgusto era quizás, que el alacrán de su terrario se comiera a la araña más bonita. De pronto era yo con mi vida, con pareja, con la independencia que pedía a gritos tras cada pelea adolescente, y que me fue concedida más pronto de lo que creí.


Llegaron los días de pedirle fuerza al cielo, los días de: "Dios, por favor ayúdame, siento que lo pierdo todo, no piso el camino, estoy volando. Esto es demasiada adultez para mí, sé que puedo y que estas son pruebas de crecimiento, pero de pronto siento que es demasiado que asimilar, a veces siento que no puedo con estas responsabilidades. Gracias, gracias, me duele tanto que sé que al final de todo voy a ser una gran persona." Los libros dicen que el tamaño de la pérdida es directamente proporcional al tamaño del crecimiento, y bueno, de pronto crecer fue más duro de lo que pensé. Fui más grande de lo que jamás había sido y la transición hacia una etapa mayor me cayó sin anunciarse.


Enfrentarme con la adultez es algo que me parte el corazón, quizás por eso a veces considero que vivo demasiado de recuerdos, me dan la paz que busco. Es como si quisiera incendiar el proyector al momento en que la cinta llega a su fin para quedar en una pausa eterna, sin arrugas, sin kilos de más, sin crecimiento, sin (tantas) responsabilidades.


A veces me consuela pensar que sólo son 26 años, pero a veces me atormenta pensar que ya son 26 años.


Quiero este momento en eternidad, juro por mi vida que jamás me di cuenta del día en que mi pie adulto bajó de la cama por primera vez.




Houston, tenemos un problema.

Al salir de darme un baño encuentro una nota de mi madre, sobre el sillón, en la que leo:
"Cambia tus hábitos cuando estés con no millennials."
¿A caso no es ella la que debería evolucionar? 
Decidió que cada quien por su lado en nuestro viaje por mi cumpleaños; cuando ella está en el celular está bien, cuando yo estoy en el mío está mal. Dios nos ayude.