noviembre 28, 2013

Tan libres

Éramos muy parecidos. Quizás demasiado. Reíamos mucho, hacíamos bromas. No nos importaba nada más que nosotros mismos ya que frecuentábamos seguido al desapego.
Egoístas, con grandes sueños. Grandes románticos, pero de clóset. Quizás porque la vida nos había enseñado que el amor era mejor en silencio.
Nos gustaban las mismas cosas, los viajes, las películas con palomitas y los postres. Hasta estudiábamos la misma carrera.
Los dos hijos únicos de nuestras madres, pero no de nuestros padres, de quienes fuimos primogénitos y a quienes compartimos con otros hermanos. Personas con huella de abandono porque nuestras madres trabajaron tanto por darnos todo que olvidaron estar presentes.
Éramos consentidos, orgullosos, berrinchudos, venenosos. Éramos sentimentales y preferíamos salvar nuestra propia cabeza que la de nuestros seres más amados.
Y cómo nos queríamos. Recuerdo el caos dentro de mi estómago cuando te vi por primera vez. Éramos como sombras; incondicionales durante el día, pero egoístas por las noches...en las que siempre desaparecíamos cuando al otro lo refugiaba la oscuridad.
Sin dudarlo y sin razones teníamos miedo. Miedo al compromiso, miedo a dar más que el otro, miedo a recibir menos, miedo a la soledad, miedo a la mediocridad, tuvimos tanto miedo a entregarnos por miedo a perdernos que terminamos justo así, perdiéndonos.
Éramos impecables, limpios, insoportables, violentos pasivos, perfeccionistas, controladores, obsesivos, ordenados. El desorden no estaba permitido, exceptuando el de nuestras cabezas.
No nos importó matarnos con desamor, con violencia. Nos matamos y no volteamos para atrás. Olvidamos rápido y matamos las emociones, los recuerdos. Porque así fuimos, apasionados, desmedidos, fuertes, fríos, libres.
Somos tan libres que duele, porque la soledad es a lo único a lo que nos aferramos cuando elegimos la libertad.



Imagen: teclear "soltar" en google.