febrero 02, 2010

Extraños

Rociar tu fragancia sobre mi almohada se ha convertido en costumbre. En vicio. Y es que al apagar la luz y abrazarla fuerte, reminiscencias alborotadas inundan mi mente. Para entonces, conciliar el sueño me es fácil. Inhalarte, exhalarte. Cierro los ojos y te abrazo a ti. No sé cuándo habrán de matarme los recuerdos; o al menos, no sé cuando los recuerdos habrán de morir. ¿Están para quedarse? ¿En verdad estamos pausados? Perdí el hilo de la pausa y llegué al fin a velocidad luz. Apenas si recuerdo lo que era reírnos de cualquier cosa, de hacer gestos graciosos y de arreglarnos juntos frente al espejo.
El tiempo simula años sin verte. A veces parece que habernos conocido tan sólo nos ha convertido en extraños. Lo he comprendido a la fuerza... cuando la luz entra por detrás de la ventana y te arranca de mi, despertándome y recordándome que por las mañanas, mi almohada yace en el piso.

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