marzo 29, 2010

Cumpleaños 66

Nada como el cumpleaños #66 de un ser querido, mi abuela. Saliendo de la universidad el viernes, recogí a mi tía y a mis primas. La familia se reuniría en Lerma. Yo llevé un pay de limón.
En un espacio pequeño, la familia no tardó en llenar la sala de la abuela. Ese día partimos el pay. Mis tres primas querían dormir conmigo y al proponer que yo armaría una cama en el piso, a las tres les importó poco el poco espacio e incomodidad, decidiendo todas quién dormiría conmigo y en qué noche. La de seis años fue atacada inmediatamente por la de nueve y la de once, ¿qué les hará pensar que por ser más grandes tienen más derechos? Sin embargo, sólo la de seis durmió conmigo la primera noche. Creo que jamás en mi vida había dormido tan incómoda, pero lo peor de todo fue conocer al amor de mi vida en un sueño y tener que despertarme.
Por la mañana, la mayoría comió pechugas de pollo empanizadas. Yo, tras habitualmente vivir con el propósito de no volver a comer carne de ningún tipo, desayuné quesadillas. Ese día tomé por primera vez en mi vida un arma. Una pistola 9mm que le pertenece a mi tío. La compró en el mercado negro, y la tiene "por si a caso". Me enseñaron a cargarla y dispararla.
Al mediodía, la familia entera fuimos al tianguis a comprar todo para la comida. Éramos mi abuela y mi abuelo, mi tía Laura y mi tío Alfredo con sus hijos Erik, Yayo y Lorena, mi tía Cristina y sus hijas Michelle y Nicole, mi tío Daniel con su esposa Xochitl y sus hijos Daniel y Diana y yo. Mi madre no fue al festejo.
Éramos una pandilla de 15 caminando bajo el sol por el tianguis. Me impresiona lo unidos que somos. Todos pertenecemos a distintas clases sociales, hablamos distinto y nos la vivimos peleando pero sin duda somos una familia única en donde cualquier individuo estaría dispuesto a defender al otro sin pensarlo. Mi abuelo me compró un mango con chile de quince pesos.
Ellos comieron pollo con mole y consomé; yo, ensalada de jitomate, lechuga y aguacate, arroz y nopales. Quiero aclarar que eso de no comer carne es un sacrificio grande, pero comerla sería conformarme con un pensamiento de "fabrico animales para matarlos y después comérmelos".
Yo decidí invitarle el postre a todos. Mi familia siempre anda escasa de dinero así que los primos me acompañaron al cajero en el centro del pueblo y después a La Michoacana para comprarle una paleta de hielo a cada quien. Dos de ellos, mi abuelo y Danielito, optaron por un helado doble en cono. Gasté $150, más vernos a todos sonriendo, chocando paletas y disfrutando cada quien un sabor diferente fuera de la casa de mi abuela, recargados en el Cavalier azul modelo 99 de mi abuelo, muy a la mastercard, no tuvo precio.
De ahí nos fuimos al parque y después de muchos años (en verdad muchos) de no tocar un balón, armamos equipos y jugamos fútbol. Todos parecíamos expertos en la materia. Nunca antes había jugado una cascarita familiar y sin duda lo haría mil veces más.
Los moscos empezaron a atacar en el ocaso mientras tomábamos fotos familiares sobre las mesas de cemento del parque. Caminando de regreso a la casa de la abuela, tomamos fotos en el ocaso y con la Luna. Después me monté en la cajuela del coche de mi tio con los pies colgados para irme así mientras conducía, todos los niños querían hacer lo mismo y hacían un escándalo bárbaro, el cual sólo supe silenciar con un "¡Esperé 19 años para hacer esto, ustedes todavía pueden seguir esperando!" Después, mi primo de 17 años, Yayo, se montó en la cajuela también y los demás niños se quejaron.
Ese día ya era digno de escribirse, pero el suceso que ocurrió a continuación se llevó un rato la alegría de todos para añadirse a la carpeta de sucesos del cumpleaños 66.
El Cavalier azul modelo 99 ("El becerro de oro") de mi abuelo yacía chocado sobre la banqueta con la puerta izquierda hecha pedazos y los vidrios regados por doquier. La llanta derecha delantera totalmente ponchada.
El que chocó el coche de mi abuelo se dio a la fuga, pero los vecinos dieron suficiente información como para que los oficiales municipales encontraran al culpable metiendo su camioneta Suburban al garage de su casa. Era un niño de 16 años, sin permiso para conducir, que había tomando la camioneta de sus padres sin permiso y bajo estado de ebriedad había hecho añicos el tesoro más grande de mi abuelo: su becerro de oro.
La madre del muchacho le dio a su hijo un tremendo cachetadón frente a todo el público. Mi primo Erik de 19, Yayo y yo, nos encargamos de meter a los niños a la casa sintiéndonos ya muy grandes. La familia entera estaba afuera, y los niños agarrados del otro lado de la reja de la casa se veían graciosísimos, y más después de gritar que sus derechos estaban siendo violados al ser encerrados en la casa sin poder ser párticipes del accidente. Lo bueno es que el suceso ocurrió mientras jugábamos fútbol lejos de casa y no mientras comíamos nuestras paletas recargados en el auto...
El proceso de seguro, pago a los oficiales y aminoración de bullicio tomó un buen rato y terminó hasta las 2 AM. El pastel que partimos ese día ameritó un poco menos de atención. Esa vez dormí en la cama con mi abuela, quien sin lugar a dudas, tuvo el cumpleaños más sorpresivo de su existencia.
Al día siguiente, mi abuelo invitó el desayuno. Fuimos a la barbacoa y yo desayuné una gordita de requesón.
Regresé a algunas personas al DF debido a la falta de transporte. Mi tío manejó mi coche, tomamos la autipista México Cuota y juntos cantamos la canción de The Beatles que salía del radio en esos momentos, Let it be.

1 comentario:

  1. Me encanto este día. El leerlo así de detallado me llevo a vivirlo con ustedes .

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