junio 22, 2009

La casa del abuelo

"Enfríate mija que no te vaya a hacer daño." Eso me dijo mi abuelo la última vez que lo vi. El sábado.


Ver a mi abuelo me ha emocionado desde que tengo memoria. Quizás porque su casa ha envuelto desde siempre ese ambiente hogareño del que muchas casas carecen. Quizás fue porque siempre me han gustado los perros y él tenía un doberman llamado "Apolo". Recuerdo que lo encerraban cada que llegaba porque era agresivo; estaba entrenado para matar. Pero también estaba Thorr, un perro café que se cagaba por todo el patio. Ése era amigable. Me acuerdo que lo regalaron a los vecinos, y entonces yo lo visitaba cada que visitaba a mi abuelo.


También me acuerdo que el número exterior de su casa estaba escrito en una clase de tabique a pies de la puerta de entrada; y el timbre estaba a unos cuantos centímetros más del suelo. Yo era muy pequeña entonces, pero subiéndome al tabique y poniéndome de puntitas en él alcanzaba el timbre (aunque aún así me costaba trabajo). ¡Qué emoción causaba tocar el timbre!
Sin embargo, el tiempo pasó (como siempre) y hoy ya no necesito del tabique, ni de las puntas de mis pies. Ya mido más que la distancia del timbre al piso.

Me acuerdo de los limones del limonero de su patio. Tan verdes. Pequeños y grandes. Ese árbol nunca ha dejado de ser grande. Y los cortábamos. Los exprimíamos. Era increíble pensar que cortaba lo que comía. Era como obtener los frutos de un trabajo propio. Y me iba con muchos limones en una bolsa de plástico. Aunque quizás eran pocos porque, ¿qué es mucho para un niño?

Y bueno, el hijo de mi abuelo, mi tío, coleccionaba toda clase de miniaturas de los personajes de Star Wars; tenía desde Jawas hasta Jedis. Los guardaba en una maleta. Pesaba. Pero yo nunca fui una niña de princesas, y jugaba a las naves y a las peleas con lightsabers entre las miniaturas. Eran muy valiosas. Mi favorita era la de Chewbacca. Creo que desde entonces he sido aficionada de Star Wars. No podría describir el olor dentro de esa maleta. Ni el olor de la casa del abuelo. Acostumbraba jugar con las miniaturas en el cuarto de los sillones reclinables. Para entonces veía muchos sillones, como 6 o 7. El sábado me dio risa ver que sólo eran 3. Y que ahora el que juega en ese cuarto no soy yo, sino el hijo de mi tío. El último de los nietos de mi abuelo. Tiene 5 años. Él no juega con las miniaturas; de hecho creo que ya las perdió todas (auch, yo que las cuidé como un tesoro). Él también juega Star Wars, pero en Play Station III. En ese cuarto de reclinables vi muchas películas, las de Jason fueron las peores. Aún me acuerdo que Jason no mataba niños, y eso me quitaba el miedo.


La esposa de mi abuelo, Rosa, tiene una colección de campanas. De niña contaba muchísimas. De grande lo sigo haciendo. Es una colección enorme. Recuerdo que me gustaba hacerlas sonar, una por una. Cada una tenía un sonido auténtico; ninguna sonaba como la otra.

La mesa de centro de la sala es otra historia. Ahí siempre había botana cuando mi papá y yo los visitábamos. Salchichas y queso en cuadritos. Con palillos. Había galletas recién hechas. Rosa siempre ha cocinado muy bien. Creo que hasta la fecha no hay galletas que me gusten más que las de ella. Si íbamos de visita por fechas navideñas era mejor. Decoraban toda la casa como si la Navidad no fuese a ocurrir de nuevo. Rosa también tejía. Y fuera de los adornos navideños que hacía, me hizo mucha ropa de estambre para mis Cabbage Patch Kids.


Mi abuelo cocinaba hamburguesas de vez en cuando. ¡Qué hamburguesas! Salíamos al patio trasero, sacaba su asador y las asaba. Y yo siempre admiré más a mi abuelo por eso. Después de mucho tiempo apenas las volví a probar hace un año. Pero esa vez me fijé tanto en el proceso que salió al aire que quien preparaba las hamburguesas no era mi abuelo, sino Rosa. Fue la decepción para todos. Pero mi abuelo se siente siempre muy orgulloso porque cree que las hace sólo por asar la carne.

Sergio, el hijo de mi abuelo y de Rosa, coleccionaba, además, muchos imanes de Bimbo de football americano. Todo el lado del congelador estaba repleto de ellos. Nunca entendí de los equipos ni de los colores. Y claro, aparte de todo, Sergio coleccionaba Trolls. Esos trolls eran macabros. Sergio me contaba que comían semillas de girasol y tomaban agua cuando nadie los veía. Entonces yo me escondía detrás de la puerta y me asomaba muy de repente para espiarlos. Nunca se movieron.
Cuando el pequeño Sergio (su hijo) tenía 4 años, los regaló porque según esto estaban celosos de su hijo y lo hacían enfermar. Recuerdo que alguna vez me contó que si los regalaba volverían porque los Trolls siempre regresan con su dueño. Esto me hizo temblar. Decidí que nunca en mi vida tendría un Troll.


Este sábado me puse a pensar, una vez más, en lo rápido que corre el tiempo. Las cosas no duran y sí que cambian. Apolo murió hace años, las miniaturas se perdieron, ya no cocinamos hamburguesas, no he vuelto a tocar las campanas desde que soy niña, los Trolls ya no están, Sergio ya tiene un hijo (que tiene la edad que quizás yo tuve cuando todo lo que escribí anteriormente sucedía), Thorr seguramente también murió, el tabique a los pies de la puerta ya no me sirve de nada, mi abuelo ya no tiene dientes y está muy flaco. Yo lo veía como un hombre muy guapo, alto y fuerte. Siempre ha olido muy extraño. Una vez sentí que una parte de mi olía a él y me estuve oliendo todo el día, tan sólo recordando.


No sé cuánto más me dure mi abuelo. Y no sólo él, sino los 4 abuelos que aún tengo. Todos ellos ya vivieron sus aventuras. Todos ellos seguramente se sentaron a escribir (a mano) alguna vez acerca de sus vidas, o de sus abuelos, a quienes ni siquiera conocí. Y no porque no quisiera, sino porque sólo estaban aquí de paso, como yo, como tú, como todos.


Y cuando yo sea abuela, ¿mis nietos escribirán sobre mi? ¿Tan siquiera los conoceré? ¿Conoceré a mis hijos? ¿Tendré hijos? ¿Llegaré a cumplir 19 años?
No quiero que mi abuelo me falte algún día. Jamás viviré aventuras similares a las que sucedían cuando lo visitaba. Qué buen rato me he pasado recordando. Todo porque no he arrancado limones del árbol desde que soy niña y porque mi tío Sergio ya no puede llamarme "pelona" porque ahora el pelo me llega al pecho. Así de efímeras son las cosas. Hay que sacar todo el jugo posible de cada limón. De cada momento. Y todo porque no duran. Y todo porque la vida no es suficiente para vivirlo todo.



Y como dijo mi abuelo cuando nos despedíamos de él el sábado: "Listo Listo Calixto. No dilatemos más".



Imagenes de Google.

2 comentarios:

  1. No, Karma, la vida es suficientes para vivirlo todo. Es sólo que no lo queremos ver, y dejamos pasarla como si fuese un filme viejo, interpretado por actores mudos y empolvados. Una historia con el final decidido, con un guión escrito. Pero la pluma -pluma de ganso, como simpre ha sido- se encuentra a nuestro lado, olvidada e ignorada. Basta tomarla entre los dedos y decidir, con cada palabra, la riqueza del contenido, su longitud, su trama. Y entonces nacerán ríos de palabras. Y veremos que sí, hay espacio para vivirlo todo. Más de lo que podemos imaginar.
    Me has traído recuerdos de una infancia que creía olvidada. Gracias por darle peso a las palabras y dedicarles este espacio. Te seguiré la huella.
    Beso de fruta viajera,
    J.

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  2. Wow Karen sabia q escribías pero no de esta forma tan especial. No tienes idea cuantos recuerdos reviviste en mí. Hace un rato que había decidido dejar de pensar, dejarme llevar pero no sentir. Justo porque todo es efímero. Porque todo se va y tal vez no vuelva. Pero luego me pregunto y me digo a mi misma que justo porque las cosas se dieron y las disfrute y las sentí como nunca fueron como fueron y entonces decido que quiero seguir viviendo y sintiendo aunque todo sea cosa de un instante y todo cambie .Que especial es cada instante… Me dieron ganas de ir a tomar un café contigo pues hace mucho ya que no lo hacemos.

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